Somos Charo y Kike. Nos gusta dedicar el tiempo libre a conocer otros lugares. Nuevos paisajes, nuevo patrimonio artístico y natural, nuevas costumbres...


Zamora está plagada de lugares maravillosos a los que puedes acudir un sábado o un domingo por la mañana, pasar allí un día maravilloso y regresar a casa a cenar. También puedes alojarte en multitud de lugares interesantes y de muy variados precios para prolongar tu visita.


Pasear por la rivera de Gamones entre las flores de primavera. Hacerte unas fotos en Peñaredonda. Navegar en piragua por debajo del viaducto de Palacios. Sorprenderte con la arquitectura de Santa Cruz de los Cuérragos. Merendar a la orilla del Tera. Contemplar vestigios prerromanos, romanos, visigodos, árabes, románicos por supuesto y también modernismo.


Nos apetece movernos en nuestro entorno natural (envidiable) y arquitectónico, arqueológico, ver nuestros museos, nuestras fiestas y costumbres, pero verlo sin gastar mucho dinero. Nuestro coche siempre transporta mesa y sillas de campo y casi siempre nos acompaña la nevera azul. En ella ricos manjares nativos (tortilla, chorizo, croquetas...) nos acompañan a los "restaurantes" más sofisticados que la provincia de Zamora nos ofrece por doquier: un castro vetón, un acantilado volado por los buitres, un prado sembrado de flores, una plataforma extractora de agua... son comedores de lujo que hemos podido disfrutar durante años, y son gratis.


Si fuéramos ricos seguramente haríamos turismo de otras maneras, pero como no lo somos lo hacemos con pocos medios: los ojos bien abiertos, la mente de par en par, no dejar ni rastro de nosotros mismos (nos hacemos cargo de nuestra propia basura siempre, aunque haya papeleras), llevarnos sólo fotografías y recuerdos, y una buena merienda.

sábado, 5 de marzo de 2011

Restaurante de alta categoría

Un día de febrero, con las primeras mañanas cálidas del año, nos decidimos a airear la humedad que nos anquilosaba después de todo un invierno de enclaustramiento.

Un poco de crema protectora y ropa vieja. Botas fuertes porque aún hay barro en los caminos y hace fresco. Charo, en un momento, había preparado el termo grande con la carne estofada (qué rica la carne que nos trajo Paulova de Sayago), un poco de arroz blanco, fruta, el termo del café y un dulce y la estrella de la comida: pan de pueblo, de Cubillos, para morirse.

La mañana avanzada, elegimos un sitio conocido y cercano. El embalse de Ricobayo a la altura de Montamarta: la plataforma.

En pocos minutos estábamos en el camino que en el cruce de Benavente se dirige hacia el embalse, pasando por la torre de Telefónica. Al pasar las obras del AVE nos encontramos con una cadena que cortaba el camino.
- Ya estamos, - le dije a Charo -. Estos propietarios que se creen que todo es de su propiedad, incluido el embalse.
- Kike, bájate a ver si la cadena tiene candado. Si no nos dejan pasar llamamos a la Guardia Civil. Esta gente no tiene derecho a impedirnos el paso al río.
- Pasa, Charo - poniendo la cadena en el suelo.

Ya no encontramos obstáculos.

Dejamos atrás la torre de las antenas, la granja y en una de las vueltas cruzaron raudas tres ciervas adultas que al oirnos llegar huyeron de los pastos del claro del encinar. La presencia de las ciervas nos excitó y cruzamos acusaciones por no llevar la cámara de fotos preparada. Era más justo echarme la culpa a mi, pues Charo iba conduciendo. De todas formas fue tan fugaz que ni aún llevando la cámara preparada hubiéramos tenido tiempo de captar la bonita estampa.

Un gran bando de palomas migratorias nos recibió al tomar la curva que nos puso cara al embalse y mientras descendíamos por el camino estrecho veíamos la superficie del agua rizada por el viento, los encinares soleados ceñidos a las empinadas colinas y las laderas de los valles descarnadas por el agua, blanquecinas y polvorientas, lecho de pizarras desmenuzadas. Al fondo los molinos eólicos giraban a toda velocidad con el viento del norte.

Vista de la plataforma.


Llegamos a la plataforma y estacionamos el coche en un ancho del camino. La plataforma es un lugar especial. Tiene algo de actual por la maquinaria y la tecnologia que allí hay y algo de antiguo, misterioso y tétrico por el abandono y el deterioro de tubos, válvulas y cableados. Sería una buena localización para filmar una película de persecuciones, secuestros y asesinatos. El lugar resulta extraño por el contraste radical de una naturaleza tan exhuberante de agua, bosque y cielo con la estructura de hierros oxidados y bombas hidráulicas descompuestas y abandonadas. La soledad toma cuerpo en este lugar elevado sobre el acantilado. El miedo está detrás de cualquier ruido.

Buscamos unos palos para ayudar al caminar y comenzamos el paseo al borde del embalse sobre las losas deslavadas y los restos de madera reseca, y basuras varias, expulsadas a la orilla por las pequeñas olas del río Esla aprisionado por la presa. En media hora habíamos recorrido, a resguardo del viento y al sol, todo el borde del valle y estábamos en la otra punta. Se veía la plataforma y este año impresionaba menos, pues el embalse esta muy alto y parece que es menor el precicipio.

Charo. Al fondo los molinos eólicos.
Sentados a la solana hicimos un par de fotos y observamos durante un buen rato a las gaviotas y a los somormujos en sus danzas amorosas. Regresamos por el camino que, unos metros más arriba, han marcado profundamente los jabalíes de tanto pasar a los bebederos del borde del agua. Antes de llegar vimos varias piedras que nos invitaban a pensar en herramientas de nuestros antepasados neanderthales puestas al descubierto por la indiscreción de las olas en su acción leve pero permanente de lavado del suelo de aquellos bosques de encinas. Nuestra imaginación no tiene límites; por allí vimos pasar, sin ser vistos, a un grupo de cazadores prehistóricos que se detuvieron en una veta de cuarcita para fabricar en un momento unos bifaces afilados; un par de golpes y aparece un hacha afilada; otros mientras tanto robaban los huevos de un nido de paloma, varios niños juegueteaban en la arena de la orilla mientras eran reñidos por mujeres que echaban una red muy basta al agua. Un ladrido lejano nos arrancó de la ensoñación. Miramos la piedra durante un rato más, en silencio.


- Hemos visto en los museos herramientas prehistóricas que se parecían a un hacha menos que esta... - dijo Charo. Y seguimos caminando hasta la plataforma, ahora acompañados por los primeros síntomas del hambre.

Sacamos del coche la mesa y las sillas y montamos el comedor entre los hierros de la plataforma que previamente habíamos ordenado.

La bacanal que allí aconteció desde ese momento no puede describirse con palabras. El destrozo fue horrible. No hubo nunca una violencia dastada tan terriblemente. Tras mezclar el arroz blanco con la carne estofada con salsa vegetal comenzó la masacre y, bocado tras bocado, aquella naturaleza soberbia fue testigo del horrible, lento e inexorable final y muerte cruel del riquísimo plato. Charo y yo, la violencia desatada, no pudimos contenernos. Ni una pizca de moje sobró; los últimos vestigios desaparecieron a fuerza de trozos y trozos de pan de Cubillos. (Por cierto, si quereis comprarlo id a la tiendecita que hay en la entrada de la urbanización de Olivares.)

Uno de los mejores comedores del mundo mundial.
Con el café y el bollo llegó la paz y la modorra de la tripa llena nos tranquilizó; estiramos las piernas al sol y dormitamos durante unos minutos, bastantes. Entre sopor y sopor contemplamos a los somormujos sumergirse repetidamente a pescar y, de vez en cuando, a algunas parejas hacer la danza del amor. Sin duda nos estaban advirtiendo desde la lejanía de que la primavera ya está aquí.

Como Charo había quedado para hacer una visita al clínico decidimos irnos. Recogimos mesa y sillas y repasamos para asegurarnos de que nuestra presencia allí no iba a dejar ninguna huella. Nos fuimos sin dejar ni coger nada de aquel lugar.

De regreso, en el mismo lugar, volvieron a aparecer las tres ciervas que ahora se pasearon más tranquilamente permitiéndonos su contemplación por algunos segundos. La cámara no importaba porque se habían acabado las pilas. ¡Que final para la excursión!

Pasamos de nuevo las cadenas y tomando la carretera nacional nos dirigimos a casa satisfechos.


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