Somos Charo y Kike. Nos gusta dedicar el tiempo libre a conocer otros lugares. Nuevos paisajes, nuevo patrimonio artístico y natural, nuevas costumbres...


Zamora está plagada de lugares maravillosos a los que puedes acudir un sábado o un domingo por la mañana, pasar allí un día maravilloso y regresar a casa a cenar. También puedes alojarte en multitud de lugares interesantes y de muy variados precios para prolongar tu visita.


Pasear por la rivera de Gamones entre las flores de primavera. Hacerte unas fotos en Peñaredonda. Navegar en piragua por debajo del viaducto de Palacios. Sorprenderte con la arquitectura de Santa Cruz de los Cuérragos. Merendar a la orilla del Tera. Contemplar vestigios prerromanos, romanos, visigodos, árabes, románicos por supuesto y también modernismo.


Nos apetece movernos en nuestro entorno natural (envidiable) y arquitectónico, arqueológico, ver nuestros museos, nuestras fiestas y costumbres, pero verlo sin gastar mucho dinero. Nuestro coche siempre transporta mesa y sillas de campo y casi siempre nos acompaña la nevera azul. En ella ricos manjares nativos (tortilla, chorizo, croquetas...) nos acompañan a los "restaurantes" más sofisticados que la provincia de Zamora nos ofrece por doquier: un castro vetón, un acantilado volado por los buitres, un prado sembrado de flores, una plataforma extractora de agua... son comedores de lujo que hemos podido disfrutar durante años, y son gratis.


Si fuéramos ricos seguramente haríamos turismo de otras maneras, pero como no lo somos lo hacemos con pocos medios: los ojos bien abiertos, la mente de par en par, no dejar ni rastro de nosotros mismos (nos hacemos cargo de nuestra propia basura siempre, aunque haya papeleras), llevarnos sólo fotografías y recuerdos, y una buena merienda.

sábado, 22 de enero de 2011

Un pueblo fantasma

Cuando el hijo de nuestra amiga Encarna comentó que conocía un pueblo de gran belleza y abandonado me lo tomé un poco "entre comillas" porque hoy en día ya todo es conocido, no quedan secretos. Días después, nuestra amiga Paulova también nos comentaba que su familia había vivido en aquel lugar. Nos habló de sus maravillas...

¿Y si fuera cierto?, fue nuestra siguiente reflexión. Nuestros pensamientos al unísono, sin palabras, ya  habían puesto en marcha una nueva excursión de turismo "investigativo del nuestro".

Nos levantamos aquel domingo y preparamos nuestra suculenta comida. La nevera portátil rebosaba de sabrosas prepraciones culinarias campestres... (algún día os mostraremos nuestros secretos gastronómicos para excursiones y otros zanganeos). El viaje no era largo. A unos 50 km estaba nuestro destino: el poblado de "Ibertrola" de Castro de Alcañices. "Ibertrola" !malaya¡.

Al llegar nos pareció un paisaje espléndido. Allí abajo, nuestro Gran Padre, el río Duero, fluye suave, encajonado entre montañas y en un recodo es detenido y apresado de repente por una inmensa mole de hormigón. A la derecha yace triste, moribundo, profanado, el poblado que dió cobijo a las familias de los trabajadores de la central hidroeléctrica antes de que las personas fueran sustituidas por máquinas.

Poblado y salto en Castro de Alcañices (ZA)
Aparcamos en la plaza y a partir de ahí comenzó nuestro pequeño drama. En la dorsal por la que escala el caserío, por delante y por detrás de nosotros, contemplábamos una iglesia, una hospedería, unas escuelas, un bar, un consultorio médico, un cuartel de la guardia civil, tiendas, oficinas y viviendas; un pueblo de cuento.

Era un día ventoso de enero. La temperatura era baja y las nubes corrían sobre nosotros a toda velocidad dejando entrever a ratos un sol amoroso. Atónitos por lo que veíamos, nuestra curiosidad nos empujaba a violar la intimidad de aquellas viviendas que nos invitaban con sus puertas arrancadas a entrar y, descaradamente, entramos en la primera. Todo reventado, cables sobresaliendo, grifos y sanitarios desguazados, el mobiliario astillado y regado por las estancias. Las ventanas arrancadas abrían la vista a paisajes majestuosos mientras batían al viento golpeando y emitiendo quejidos nostálgicos. Un violento portazo nos asustó y nos hizo tomar conciencia de que nuestro deambular por aquella ruina alevosa e imprudente había hecho caer nuestra alma a los pies. "Ibertrola" imprudente, chatarreros alevosos. ¡Malaya otra vez! Las huellas de los antiguos habitantes se presentían allí y se habían ultrajado.

Una de las viviendas
Sin poder parar, aun a riesgo de sufrir accidentes por el deterioro de las cubiertas, visitamos todos los edificios, uno a uno. La iglesia, por lo que representa en nuestra tradicionalista Zamora, era lo más sobrecogedor. Teníamos ante nuestros ojos una joyita neorománica llena de detalles maravillosos. Con sigilo y timidez empujamos la puerta y estaba abierta. Paso a paso nos internamos en aquella arquitectura masacrada llena de detalles que evocaban tiempos mejores. Pequeñas ventanas con vidrieras encantadoras, muchas rotas, dejaban entrar intermitentemente rayos de colores al templo profanado. El altar pétreo seguía en pie interponiéndose al hueco del sagrario. La pila bautismal de granito resistía en pie. Ese era todo el mobiliario.

Por una ventana entramos a un edificio grande lleno de salas extrañas, maquinarias raras y muchos cuartos de baño. Eran las cocinas y las habitaciones de la hospedería. Su salón acristalado nos mostraba los cañones en los que estaba arrestado el Gran Padre (recordad que es el río Duero). La gran chimenea era la protagonista de una estancia que el viento recorría de ventana a ventana trayendo la sinfonía tétrica de las persianas golpeando sin cesar por todo el poblado. Los restos de ceniza nos seguían recordando la agonía del lugar. 

Hospedería
Salimos de allí en silencio y un extraño griterío infantil que creimos oir entre los silbidos del viento llamó nuestra atención y ambos miramos al mismo lugar: las escuelas. Sobre la vivienda del maestro se levantaban las aulas donde los pequeños aprenderían sus primeras letras. La clase de niños y la de niñas tenían rincones cuya cristalera dejaría pasar la mirada melancólica de los peques castigados por la maestra de cara a la pared hacia el Gran Padre.


Las escuelas. La casa del maestro abajo.

Al salir de la escuela vimos de frente el edificio de la guardia civil. El tejado había sido derrumbado por el golpe de un rayo según nos contaron agentes de la guardia civil que llegaron allí a controlarnos.

En este punto advertimos que el tiempo, que había pasado rápidamente, y el dramatismo vivido nos habían abierto el apetito. En un punto alto y soleado montamos nuestro comedor (nuestro restaurante exclusivo) con una mesa y dos sillas de camping. La nevera fue allí vaciada sin piedad excepto por algo de pan, queso, fruta y dulces indultados hasta la merienda. En la abrigada y cara al sol sesteamos un ratito con la tripa llena. Al día siguiente comprobaríamos que nuestro rostro había sido coloreado, quemado, por el sol.

Viviendas del poblado
Para espabilarnos ascendimos el cantil hacia unos edificios que no reconocíamos. A pocos cientos de metros comprendimos que aquellos privilegiados pobladores de los años 1960 habían disfrutado de piscina, cancha de tenis y frontón con vistas. El tiempo, detenido, había consentido al cartel de los helados colgar pendulante de un solo clavo. A cada paso pensábamos en cómo habría sido la vida allí cuando el poblado estaba habitado.

Subir la pendiente y la estampa, detenida en el tiempo, de la zona deportiva nos sacaron de la modorra y al bajar nos vimos sorprendidos por sucesivas cortinas de agua que nos empapaban mientras nos ofrecían sus múltiples colores y reflejos, con los valles profundos como fondo. Los muchos disparos que se realizaron no consiguieron ninguna instantánea fotográfica de suficiente calidad como para exponerla. Pero aquellas imágenes se acurrucaron en nuestras memorias y allí duermen esperando ser evocadas.

Merendamos un poco, al lado del coche, al caer el sol y escondiendo del frío las manos en los bolsillos todo lo que podíamos entre bocado y bocado. Con la calefacción del coche a tope abandonamos el valle y cruzando el pueblo de Castro tomamos la N-620 hacia Zamora.
Poblado y salto

  Cuando le contamos la aventura, nuestra amiga Paulova nos localizó en el poblado, con palabras, la casa en la que había vivido. Nos miramos complices y le dijimos que esa casa es la que nosotros habíamos elegido para vivir cuando estuvimos jugando a "qué casa te comprarías tú si fueras millonario..."

Averguénzate "Ibertrola": el dinero no lo es todo.


domingo, 16 de enero de 2011

Compartir afianza las relaciones

A veces los fines de semana son poco deseados porque las parejas no sabemos cómo disfrutar compartiendo nuestro tiempo libre.

Nosotros cuando nuestras niñas eran pequeñas salíamos al campo y ellas eran nuestro punto de interés. Después crecieron y ya no nos acompañaban en nuestras excursiones así es que tuvimos que reinventar nuestra manera de "turismear". Comenzamos a retomar antiguas salidas pero añadiendo digamos "un centro de interés" y nuevos incentivos de índole digamos "deportivos". Escogíamos un lugar,estudiábamos distancias, lugares arquitectónicamente interesantes, espacios naturales que nos pemitieran desplazarnos andando o, por el contrario, y si el tiempo lo permitía, en nuestra canoa. También estudiamos y a veces improvisamos nuestro comedor particular (que desde luego siempre tenía las mejores vistas o la mejor sombra o el mejor resguardo). Ha habido también excursiones donde hemos investigado lugares de los que sólo teníamos vagas referencias y no imaginais la satisfacción tan grande que es descubrirlos (uno siente que los descubre).

Si continuamos juntos en este territorio, podemos compartir contigo vivencias que espero que te hagan feliz, porque es verdad que la felicidad la contituyen la suma de pequeñas cosas que están a nuestro alcance y nosotros no vemos, por parecernos insignificantes.