Somos Charo y Kike. Nos gusta dedicar el tiempo libre a conocer otros lugares. Nuevos paisajes, nuevo patrimonio artístico y natural, nuevas costumbres...


Zamora está plagada de lugares maravillosos a los que puedes acudir un sábado o un domingo por la mañana, pasar allí un día maravilloso y regresar a casa a cenar. También puedes alojarte en multitud de lugares interesantes y de muy variados precios para prolongar tu visita.


Pasear por la rivera de Gamones entre las flores de primavera. Hacerte unas fotos en Peñaredonda. Navegar en piragua por debajo del viaducto de Palacios. Sorprenderte con la arquitectura de Santa Cruz de los Cuérragos. Merendar a la orilla del Tera. Contemplar vestigios prerromanos, romanos, visigodos, árabes, románicos por supuesto y también modernismo.


Nos apetece movernos en nuestro entorno natural (envidiable) y arquitectónico, arqueológico, ver nuestros museos, nuestras fiestas y costumbres, pero verlo sin gastar mucho dinero. Nuestro coche siempre transporta mesa y sillas de campo y casi siempre nos acompaña la nevera azul. En ella ricos manjares nativos (tortilla, chorizo, croquetas...) nos acompañan a los "restaurantes" más sofisticados que la provincia de Zamora nos ofrece por doquier: un castro vetón, un acantilado volado por los buitres, un prado sembrado de flores, una plataforma extractora de agua... son comedores de lujo que hemos podido disfrutar durante años, y son gratis.


Si fuéramos ricos seguramente haríamos turismo de otras maneras, pero como no lo somos lo hacemos con pocos medios: los ojos bien abiertos, la mente de par en par, no dejar ni rastro de nosotros mismos (nos hacemos cargo de nuestra propia basura siempre, aunque haya papeleras), llevarnos sólo fotografías y recuerdos, y una buena merienda.

lunes, 8 de agosto de 2011

Comedor con vistas al Alcazar de Segovia.

Terminó nuestra visita a Segovia con una comida pantagruélica justo ante del Alcázar, en los jardines de la Fuencisla. Nuestro veterano coche y nuestro remolque tienda ya recogido esperaban mientras tanto iniciar el viaje de vuelta. 
Charo, el Toyota, el remolque tienda, el comedor y el Alcázar.
Tras la comida una siestecilla, una ligera trasposición que te permite entreabrir los ojos ligeramente para ver entre los sopores de la digestión este soberbio paisaje de la fortaleza medieval.

Más de veinte siglos ante nuestros ojos. Aquí los romanos trajeron el agua con el increible acueducto desde 14 km. Ya en el medievo los reyes castellanos, encantados con la comarca, se establecieron sobre la peña: Enrique IV lo engrandeció, la Católica fue nombrada Reina, Felipe II le dio el aspecto actual y lo dedicó a la artillería. 
Vista nocturna
Ante esta fortaleza inexpugnable fueron confinados los judíos y con su fuerza, expulsados. Los clérigos se sintieron protegidos en su presencia y tanto intra como extramuros establecieron multitud de conventos y fundaciones. San Juan de la Cruz está enterrado aquí abajo, a nuestras espaldas, en las Carmelitas Descalzas. 
Surgió una Catedral llena de tesoros increíbles. En ella el arte resplandece. El pequeño museo que alberga tiene cuadros verderamente emocionantes. Surgió gracias a los Comuneros. Juan Bravo se hizo fuerte en el Alcázar. La vieja Catedral Gótica pagó las consecuencias por encontrarse levantada en lo que ahora es el jardín de entrada al Alcázar. Felipe II, al acabar con la rebelión comunera, acabó también con el edificio gótico. De él se aprovecharon portadas y claustro para la nueva. ¡Qué bestia Felipe II!

Iglesia de la Vera Cruz
Unos metros más allá la extraña, y casi única, arquitectura de la Orden del Santo Sepulcro, hoy Iglesia de la Vera Cruz (guardó hasta hace poco una astilla de la Verdadera Cruz). Su rara atmósfera se acentuaba con aquellos visitantes descalzos y aquellas mujeres orantes en la postura del loto, o rezando ora hacia el norte, ora hacia el sur, este y oeste pues en estas direcciones se orientan las entradas a la cúpula que está bajo el edículo. 
El esotérico ambiente se incrementa cuando leemos que la iglesia sigue perteneciendo a la Orden de Malta y que allí hacen sus ceremonias iniciáticas y otras como la procesión del Viernes Santo, con sus capas de coro, ascendiendo por el acantilado de Zamarramala, a la luz de las velas.

Cúpula califal del edículo. Los caballeros velaban armas.
Al otro lado del valle "La Fuencisla" y la leyenda. La mora Esther que fue condenada, por adulterio, a "saltar" desde el acantilado, mientras caía, pidió a la Virgen cristiana auxilio y ésta, apiadándose, amortiguó la caída quedando intacta la condenada. La muchacha se convirtió al cristianismo y los segovianos levantaron una ermita en honor a la Virgen.

Sugerente arquitectura de la Iglesia de la Vera Cruz.



Edículo (un poco de cultura)
Pequeño templete de dos pisos alrededor del que gira la iglesia. Se accede por una escalera doble bajo la cual se abre el acceso al piso inferior enfrentado con la puerta principal. El segundo piso está cubierto por una cúpula califal y en el centro se ubica un altar con decoración mudéjar.
Id con la mente abierta a recibir sensaciones, echad a volar la imaginación y os encantará la visita. Pasaréis allí un buen rato.

Podéis pasaros una semana entera disfrutando del inmenso patrimonio, religioso, civil, militar e industrial que acopia Segovia. Tenéis varios museos. La judería y su cementerio. Podéis seguir el acueducto aéreo y también el soterrado rastreando las marcar del suelo. 
La Segovia verde que rodea las murallas está ideal para pasear hacer deporte por los senderos que discurren don los dos ríos: Eresma y Clamores.
La calle Real para pasear, vamos el "tontódromo" de Segovia, con todas las tiendas. La Plaza Mayor para ver pasar gente. Cochinillo por aquí, cochinillo por allá: la de pasta que ha llevado Cándido a la ciudad, y se lo han agradecido, tiene una estatua (de dudoso buen gusto).
Resumen: no os perdáis Segovia. Nosotros en camping, a lo pobre, pero si tienes pasta, también podrás disfrutarla.
¡Ah! Ya sé qué estáis pensando: no hay foto del acueducto. Cierto. No la hemos puesto aquí porque hay que verlo en persona.



sábado, 5 de marzo de 2011

Restaurante de alta categoría

Un día de febrero, con las primeras mañanas cálidas del año, nos decidimos a airear la humedad que nos anquilosaba después de todo un invierno de enclaustramiento.

Un poco de crema protectora y ropa vieja. Botas fuertes porque aún hay barro en los caminos y hace fresco. Charo, en un momento, había preparado el termo grande con la carne estofada (qué rica la carne que nos trajo Paulova de Sayago), un poco de arroz blanco, fruta, el termo del café y un dulce y la estrella de la comida: pan de pueblo, de Cubillos, para morirse.

La mañana avanzada, elegimos un sitio conocido y cercano. El embalse de Ricobayo a la altura de Montamarta: la plataforma.

En pocos minutos estábamos en el camino que en el cruce de Benavente se dirige hacia el embalse, pasando por la torre de Telefónica. Al pasar las obras del AVE nos encontramos con una cadena que cortaba el camino.
- Ya estamos, - le dije a Charo -. Estos propietarios que se creen que todo es de su propiedad, incluido el embalse.
- Kike, bájate a ver si la cadena tiene candado. Si no nos dejan pasar llamamos a la Guardia Civil. Esta gente no tiene derecho a impedirnos el paso al río.
- Pasa, Charo - poniendo la cadena en el suelo.

Ya no encontramos obstáculos.

Dejamos atrás la torre de las antenas, la granja y en una de las vueltas cruzaron raudas tres ciervas adultas que al oirnos llegar huyeron de los pastos del claro del encinar. La presencia de las ciervas nos excitó y cruzamos acusaciones por no llevar la cámara de fotos preparada. Era más justo echarme la culpa a mi, pues Charo iba conduciendo. De todas formas fue tan fugaz que ni aún llevando la cámara preparada hubiéramos tenido tiempo de captar la bonita estampa.

Un gran bando de palomas migratorias nos recibió al tomar la curva que nos puso cara al embalse y mientras descendíamos por el camino estrecho veíamos la superficie del agua rizada por el viento, los encinares soleados ceñidos a las empinadas colinas y las laderas de los valles descarnadas por el agua, blanquecinas y polvorientas, lecho de pizarras desmenuzadas. Al fondo los molinos eólicos giraban a toda velocidad con el viento del norte.

Vista de la plataforma.


Llegamos a la plataforma y estacionamos el coche en un ancho del camino. La plataforma es un lugar especial. Tiene algo de actual por la maquinaria y la tecnologia que allí hay y algo de antiguo, misterioso y tétrico por el abandono y el deterioro de tubos, válvulas y cableados. Sería una buena localización para filmar una película de persecuciones, secuestros y asesinatos. El lugar resulta extraño por el contraste radical de una naturaleza tan exhuberante de agua, bosque y cielo con la estructura de hierros oxidados y bombas hidráulicas descompuestas y abandonadas. La soledad toma cuerpo en este lugar elevado sobre el acantilado. El miedo está detrás de cualquier ruido.

Buscamos unos palos para ayudar al caminar y comenzamos el paseo al borde del embalse sobre las losas deslavadas y los restos de madera reseca, y basuras varias, expulsadas a la orilla por las pequeñas olas del río Esla aprisionado por la presa. En media hora habíamos recorrido, a resguardo del viento y al sol, todo el borde del valle y estábamos en la otra punta. Se veía la plataforma y este año impresionaba menos, pues el embalse esta muy alto y parece que es menor el precicipio.

Charo. Al fondo los molinos eólicos.
Sentados a la solana hicimos un par de fotos y observamos durante un buen rato a las gaviotas y a los somormujos en sus danzas amorosas. Regresamos por el camino que, unos metros más arriba, han marcado profundamente los jabalíes de tanto pasar a los bebederos del borde del agua. Antes de llegar vimos varias piedras que nos invitaban a pensar en herramientas de nuestros antepasados neanderthales puestas al descubierto por la indiscreción de las olas en su acción leve pero permanente de lavado del suelo de aquellos bosques de encinas. Nuestra imaginación no tiene límites; por allí vimos pasar, sin ser vistos, a un grupo de cazadores prehistóricos que se detuvieron en una veta de cuarcita para fabricar en un momento unos bifaces afilados; un par de golpes y aparece un hacha afilada; otros mientras tanto robaban los huevos de un nido de paloma, varios niños juegueteaban en la arena de la orilla mientras eran reñidos por mujeres que echaban una red muy basta al agua. Un ladrido lejano nos arrancó de la ensoñación. Miramos la piedra durante un rato más, en silencio.


- Hemos visto en los museos herramientas prehistóricas que se parecían a un hacha menos que esta... - dijo Charo. Y seguimos caminando hasta la plataforma, ahora acompañados por los primeros síntomas del hambre.

Sacamos del coche la mesa y las sillas y montamos el comedor entre los hierros de la plataforma que previamente habíamos ordenado.

La bacanal que allí aconteció desde ese momento no puede describirse con palabras. El destrozo fue horrible. No hubo nunca una violencia dastada tan terriblemente. Tras mezclar el arroz blanco con la carne estofada con salsa vegetal comenzó la masacre y, bocado tras bocado, aquella naturaleza soberbia fue testigo del horrible, lento e inexorable final y muerte cruel del riquísimo plato. Charo y yo, la violencia desatada, no pudimos contenernos. Ni una pizca de moje sobró; los últimos vestigios desaparecieron a fuerza de trozos y trozos de pan de Cubillos. (Por cierto, si quereis comprarlo id a la tiendecita que hay en la entrada de la urbanización de Olivares.)

Uno de los mejores comedores del mundo mundial.
Con el café y el bollo llegó la paz y la modorra de la tripa llena nos tranquilizó; estiramos las piernas al sol y dormitamos durante unos minutos, bastantes. Entre sopor y sopor contemplamos a los somormujos sumergirse repetidamente a pescar y, de vez en cuando, a algunas parejas hacer la danza del amor. Sin duda nos estaban advirtiendo desde la lejanía de que la primavera ya está aquí.

Como Charo había quedado para hacer una visita al clínico decidimos irnos. Recogimos mesa y sillas y repasamos para asegurarnos de que nuestra presencia allí no iba a dejar ninguna huella. Nos fuimos sin dejar ni coger nada de aquel lugar.

De regreso, en el mismo lugar, volvieron a aparecer las tres ciervas que ahora se pasearon más tranquilamente permitiéndonos su contemplación por algunos segundos. La cámara no importaba porque se habían acabado las pilas. ¡Que final para la excursión!

Pasamos de nuevo las cadenas y tomando la carretera nacional nos dirigimos a casa satisfechos.


sábado, 22 de enero de 2011

Un pueblo fantasma

Cuando el hijo de nuestra amiga Encarna comentó que conocía un pueblo de gran belleza y abandonado me lo tomé un poco "entre comillas" porque hoy en día ya todo es conocido, no quedan secretos. Días después, nuestra amiga Paulova también nos comentaba que su familia había vivido en aquel lugar. Nos habló de sus maravillas...

¿Y si fuera cierto?, fue nuestra siguiente reflexión. Nuestros pensamientos al unísono, sin palabras, ya  habían puesto en marcha una nueva excursión de turismo "investigativo del nuestro".

Nos levantamos aquel domingo y preparamos nuestra suculenta comida. La nevera portátil rebosaba de sabrosas prepraciones culinarias campestres... (algún día os mostraremos nuestros secretos gastronómicos para excursiones y otros zanganeos). El viaje no era largo. A unos 50 km estaba nuestro destino: el poblado de "Ibertrola" de Castro de Alcañices. "Ibertrola" !malaya¡.

Al llegar nos pareció un paisaje espléndido. Allí abajo, nuestro Gran Padre, el río Duero, fluye suave, encajonado entre montañas y en un recodo es detenido y apresado de repente por una inmensa mole de hormigón. A la derecha yace triste, moribundo, profanado, el poblado que dió cobijo a las familias de los trabajadores de la central hidroeléctrica antes de que las personas fueran sustituidas por máquinas.

Poblado y salto en Castro de Alcañices (ZA)
Aparcamos en la plaza y a partir de ahí comenzó nuestro pequeño drama. En la dorsal por la que escala el caserío, por delante y por detrás de nosotros, contemplábamos una iglesia, una hospedería, unas escuelas, un bar, un consultorio médico, un cuartel de la guardia civil, tiendas, oficinas y viviendas; un pueblo de cuento.

Era un día ventoso de enero. La temperatura era baja y las nubes corrían sobre nosotros a toda velocidad dejando entrever a ratos un sol amoroso. Atónitos por lo que veíamos, nuestra curiosidad nos empujaba a violar la intimidad de aquellas viviendas que nos invitaban con sus puertas arrancadas a entrar y, descaradamente, entramos en la primera. Todo reventado, cables sobresaliendo, grifos y sanitarios desguazados, el mobiliario astillado y regado por las estancias. Las ventanas arrancadas abrían la vista a paisajes majestuosos mientras batían al viento golpeando y emitiendo quejidos nostálgicos. Un violento portazo nos asustó y nos hizo tomar conciencia de que nuestro deambular por aquella ruina alevosa e imprudente había hecho caer nuestra alma a los pies. "Ibertrola" imprudente, chatarreros alevosos. ¡Malaya otra vez! Las huellas de los antiguos habitantes se presentían allí y se habían ultrajado.

Una de las viviendas
Sin poder parar, aun a riesgo de sufrir accidentes por el deterioro de las cubiertas, visitamos todos los edificios, uno a uno. La iglesia, por lo que representa en nuestra tradicionalista Zamora, era lo más sobrecogedor. Teníamos ante nuestros ojos una joyita neorománica llena de detalles maravillosos. Con sigilo y timidez empujamos la puerta y estaba abierta. Paso a paso nos internamos en aquella arquitectura masacrada llena de detalles que evocaban tiempos mejores. Pequeñas ventanas con vidrieras encantadoras, muchas rotas, dejaban entrar intermitentemente rayos de colores al templo profanado. El altar pétreo seguía en pie interponiéndose al hueco del sagrario. La pila bautismal de granito resistía en pie. Ese era todo el mobiliario.

Por una ventana entramos a un edificio grande lleno de salas extrañas, maquinarias raras y muchos cuartos de baño. Eran las cocinas y las habitaciones de la hospedería. Su salón acristalado nos mostraba los cañones en los que estaba arrestado el Gran Padre (recordad que es el río Duero). La gran chimenea era la protagonista de una estancia que el viento recorría de ventana a ventana trayendo la sinfonía tétrica de las persianas golpeando sin cesar por todo el poblado. Los restos de ceniza nos seguían recordando la agonía del lugar. 

Hospedería
Salimos de allí en silencio y un extraño griterío infantil que creimos oir entre los silbidos del viento llamó nuestra atención y ambos miramos al mismo lugar: las escuelas. Sobre la vivienda del maestro se levantaban las aulas donde los pequeños aprenderían sus primeras letras. La clase de niños y la de niñas tenían rincones cuya cristalera dejaría pasar la mirada melancólica de los peques castigados por la maestra de cara a la pared hacia el Gran Padre.


Las escuelas. La casa del maestro abajo.

Al salir de la escuela vimos de frente el edificio de la guardia civil. El tejado había sido derrumbado por el golpe de un rayo según nos contaron agentes de la guardia civil que llegaron allí a controlarnos.

En este punto advertimos que el tiempo, que había pasado rápidamente, y el dramatismo vivido nos habían abierto el apetito. En un punto alto y soleado montamos nuestro comedor (nuestro restaurante exclusivo) con una mesa y dos sillas de camping. La nevera fue allí vaciada sin piedad excepto por algo de pan, queso, fruta y dulces indultados hasta la merienda. En la abrigada y cara al sol sesteamos un ratito con la tripa llena. Al día siguiente comprobaríamos que nuestro rostro había sido coloreado, quemado, por el sol.

Viviendas del poblado
Para espabilarnos ascendimos el cantil hacia unos edificios que no reconocíamos. A pocos cientos de metros comprendimos que aquellos privilegiados pobladores de los años 1960 habían disfrutado de piscina, cancha de tenis y frontón con vistas. El tiempo, detenido, había consentido al cartel de los helados colgar pendulante de un solo clavo. A cada paso pensábamos en cómo habría sido la vida allí cuando el poblado estaba habitado.

Subir la pendiente y la estampa, detenida en el tiempo, de la zona deportiva nos sacaron de la modorra y al bajar nos vimos sorprendidos por sucesivas cortinas de agua que nos empapaban mientras nos ofrecían sus múltiples colores y reflejos, con los valles profundos como fondo. Los muchos disparos que se realizaron no consiguieron ninguna instantánea fotográfica de suficiente calidad como para exponerla. Pero aquellas imágenes se acurrucaron en nuestras memorias y allí duermen esperando ser evocadas.

Merendamos un poco, al lado del coche, al caer el sol y escondiendo del frío las manos en los bolsillos todo lo que podíamos entre bocado y bocado. Con la calefacción del coche a tope abandonamos el valle y cruzando el pueblo de Castro tomamos la N-620 hacia Zamora.
Poblado y salto

  Cuando le contamos la aventura, nuestra amiga Paulova nos localizó en el poblado, con palabras, la casa en la que había vivido. Nos miramos complices y le dijimos que esa casa es la que nosotros habíamos elegido para vivir cuando estuvimos jugando a "qué casa te comprarías tú si fueras millonario..."

Averguénzate "Ibertrola": el dinero no lo es todo.


domingo, 16 de enero de 2011

Compartir afianza las relaciones

A veces los fines de semana son poco deseados porque las parejas no sabemos cómo disfrutar compartiendo nuestro tiempo libre.

Nosotros cuando nuestras niñas eran pequeñas salíamos al campo y ellas eran nuestro punto de interés. Después crecieron y ya no nos acompañaban en nuestras excursiones así es que tuvimos que reinventar nuestra manera de "turismear". Comenzamos a retomar antiguas salidas pero añadiendo digamos "un centro de interés" y nuevos incentivos de índole digamos "deportivos". Escogíamos un lugar,estudiábamos distancias, lugares arquitectónicamente interesantes, espacios naturales que nos pemitieran desplazarnos andando o, por el contrario, y si el tiempo lo permitía, en nuestra canoa. También estudiamos y a veces improvisamos nuestro comedor particular (que desde luego siempre tenía las mejores vistas o la mejor sombra o el mejor resguardo). Ha habido también excursiones donde hemos investigado lugares de los que sólo teníamos vagas referencias y no imaginais la satisfacción tan grande que es descubrirlos (uno siente que los descubre).

Si continuamos juntos en este territorio, podemos compartir contigo vivencias que espero que te hagan feliz, porque es verdad que la felicidad la contituyen la suma de pequeñas cosas que están a nuestro alcance y nosotros no vemos, por parecernos insignificantes.